miércoles, 4 de febrero de 2009

El Principio de todo, parte IV

El día que le dije todo esto a Juan Antonio tuve que inventarle una mentira gigante a Francisco. Le dije que andaba viendo casas porque, a pesar que vivimos en un departamento espectacular, sería bonito tener plantas y un perro. Y también hijos, me respondió él. Me quedé en silencio (me acordé que el que calla otorga) y me fui directo al departamento de Juan Antonio.

Lo que me dio más lata fue que me recibió con un tremendo abrazo y un colgante bastante bonito, no caro pero representativo de su religión, lo que supongo vale más que el solitario que Francisco me regaló la navidad pasada. Tenía hasta una botella de champaña helándose porque él juraba que yo venía de hablar con Francisco, porque le comenté que nos juntáramos después de una conversación larga que necesitaba. Jamás se le ocurrió pensar que yo venía para acá.

Me tomé dos copas de champaña al seco para poder tener valor de decirle. Y obvio, él se dio cuenta que algo no andaba. Incluso me preguntó si estaba embarazada. Cerré los ojos y me puse a llorar. Despacito eso sí, no crea que soy como esas mujeres buenas para el escándalo. Y mientras Juan Antonio me abrazaba, abrí los ojos y miré su casa, sus vasos, sus sillones, esos cilindros para la suerte, todo su alrededor. Y le dije: no me puedo casar contigo.

Lo que más me duele doctor es que no me dejó explicarle nada. Se puso de pie y me dijo que era un estúpido al creer que yo había cambiado, que seguía siendo una mujer vacía que lo único que hago es pensar en mí y en la plata. Cuando yo trataba de acercarme a su lado, me empujó gritándome que me fuera. Peor fue cuando le dije que no me pensaba ir hasta que me escuchara: me agarró del brazo y me abrió la puerta. “Ándate” y me dio un portazo. Jamás lo había visto así.

Imagínese como quedé. Me fui eso sí, porque mucho lo puedo amar pero dignidad tengo, ni loca me quedaba sentada en la puerta llorándole. Si mal que mal igual tiene razón, sólo en el sentido que me gusta la buena vida. Igual no entiendo para qué hace tanta alharaca, si él me conoció tal cual como soy ahora. ¿Se acuerda como lo conocí? No importa, otro día le cuento. Ahora vengo por otra cosa.

En todo caso aproveché que andaba de valiente por la vida y le dije esa misma noche a Francisco que no quería tener hijos. O por lo menos no todavía. Y como es tan bueno, me dijo que iba a esperar que me dieran ganas de ser madre.

En enero nos fuimos de vacaciones ¿Sabe doctor? Fueron las vacaciones más tristes de toda mi vida. Parece que me dio depre o algo así, porque no me levantaba hasta bien tarde, y me iba a la terraza al atardecer, tomando vodka tónica. La casa pasaba llena de gente, entre la familia de Francisco y amigos y los primos y los niños, que asados, brindis, jugando cartas. Estuve tentada varias veces de llamar a Juan Antonio para irme con él, pero sé que es muy orgulloso; jamás me aceptaría de vuelta. Miraba la casa hermosa en que estaba pasando las vacaciones, mi jeep, el departamento donde vivimos, y no había caso, sabía que el amor se acabaría tarde o temprano. Igual Francisco se preocupó porque según él tomaba mucho, que no me levantaba, que tenía la mirada extraña. Le dije que estaba de vacaciones y que la idea es hacer lo que uno quiere, que no me molestara. ¿Y sabe cómo se me mejoró el ánimo? Un día vinieron unos amigos del trabajo de Francisco, unos viejos harto lateros. Mientras yo me tomaba mi vodka tónica en silencio (me ponía a mirar el mar y me acordaba de los días que pasamos con Juan Antonio en Horcón) se me acercó una mujer bien regia pero vestida con pésimo gusto, harto leopardo y oro y el pelo platinado (contaban las malas lenguas que había sido la nana del gringo antes de casarse con él) y me dijo: ¿Penas de amor? Por supuesto no la tomé en cuenta y continúo: mira, tu marido vale harta plata. Harta. El amor va y viene, la plata no. Le sonreí y le dije que estaba equivocada, que sólo estaba mirando el mar. Pero me hizo pensar. Es que la rota tiene razón: mi marido vale harta plata. Al otro día volví a ser la mujer que a Francisco le gustaba: íbamos a la playa, almorzaba con los amigos de siempre, caminábamos de la mano en las tardes, aunque por dentro estaba muy triste y extrañaba mucho a Juan Antonio.

No hay comentarios: