lunes, 27 de diciembre de 2010

Fin de año estresada.

Mi familia amó a Javier. Hizo reir a mis sobrinos, se llevó regio con mi hermano y con mi papá, le alabó la decoración a mi mamá, y, lo mejor de todo, es que me regaló unos zapatos maravillosos (de la próxima temporada, obviamente) de mi diseñador favorito.

Como mi mamá me compró los regalos, tuve que hacer como que ya sabía y mirar a Javier con cara de felicidad cada vez que abría un paquete: un perfume, un cinturón, unos jeans y un par de poleras.

Lo mejor de todo es que durante toda la noche hablamos de mi proyecto para ser millonaria. Por supuesto que no lo digo así con la gente en general, sino que me autodenomino "empresaria". Y la verdad es que me gusta demasiado pensar en mi de esa manera, con una hermosa oficina (ya encargué los muebles, aunque físicamente no la tengo), mi propio personal que me atienda, llamando por teléfono, dando órdenes, firmando autorizaciones, ese tipo de cosas.

La casa estoy a punto de comprarla, claro que primero tuve que hacer una sociedad, porque la idea es comprarla a nombre de mi empresa y no mio, por una cosa de seguridad. Lo bueno es que con todos estos detalles aburridos me está ayudando el abogado de mi papá.

Aunque lo que me hizo infinitamente feliz fue hablar con los suizos y decirles que no trabajaré más con ellos, que ahora seré empresaria. Ellos, tan educados, me felicitaron y además se le ocurrió que más adelante, cuando ya esté instalada con mi hotel boutique, podemos trabajar juntos. De pura educada les dije que por supuesto, porque me muero si recibo algún turista que quiera andar en bicicleta. Espero recibir turistas con dinero, dispuestos a gastar en lujos.

Y por primera vez estoy ocupando excel en mi pc rosado: estoy anotando todas las ideas y haciendo listas interminables. Es que estoy muy complicada con el estilo que le daré a mi hotel boutique, con el nombre que le pondré, de qué manera decoraré las habitaciones, qué tipo de plantas, las cortinas, las lámparas... atroz, es muchísimo trabajo. Si incluso me estresé, si hasta se me olvidó tener lista mi ropa para ir donde los papás de Javier.

Ese es un tema aparte, porque mis "suegros" viven en un campo en Puerto Varas. Sí, es lindo y todo lo que se dice, pero ¿pasar un año nuevo en el campo? Una lata. Ni siquiera puedo estrenar mis zapatos nuevos. Lleva ropa cómoda y también de invierno, nunca se sabe con el clima, me dijo Javier. Por lo que tengo entendido, él no va hace años, porque siempre trabaja para estas fechas, pero ahora hizo la excepción por mi. Gran cosa. Mil veces preferiría ir a la gran fiesta donde la Alison (aunque James no me quiera ver porque es amigo de Francisco) , que al campo. Rogué porque no quedaran pasajes, pero Javier los compró con anticipación, y el jueves partimos a primera hora, para volver el domingo en la tarde.

Y como si no bastara el estrés de mi trabajo y de este viaje horrendo, se viene el cumpleaños de Javier. Pienso hacer una fiesta en grande, con todos sus amigos músicos, menos la mapuchita, obviamente. Haré que se entere que no está invitada. Ya veré como me vengo de ella, cuando sea millonaria.

lunes, 20 de diciembre de 2010

Brillante idea.

Gracias al mes de diciembre y sus noches increíblemente frías (y la mapuchita cargosa), me resfrié. Claro, porque para no quedar tan pasada a cigarro esperaba afuera a Javier, a veces apoyada en el jeep, otras caminando de un lado a otro de la calle.

No me quedó otra que estar en cama - los suizos no estaban muy felices, pero de verdad me sentía pésimo-, aproveché que Javier me tratara como reina, y vi mucha televisión.

Y aunque al principio estaba molestísima por el resfriado, fue gracias a este que se me ocurrió la brillante idea en la que estoy trabajando. Tomo un respiro entre tanto trámite y reunión a la que tengo que ir para escribir todo y que no se me olvide para más adelante, cuando sea millonaria.

Fue viendo el programa de esa señora bien ordinaria, esa norteamericana, que va por las calles consultándole a la gente que cómo se hicieron ricos, o va a sus casas y muestran que siendo pobres cuando niños, gracias a una gran idea, se hicieron millonarios. Pero el caso que más me impactó fue el de una mujer elegantísima, saliendo de una peluquería muy cara. ¿Cómo se hizo millonaria? Quedó en la calle después de una traición de su marido (como yo) y se le ocurrió un negocio. Y pasó de tener nada, a tenerlo todo.

Me quedé pensando el porqué tengo que conformarme con el dinero de dos arriendos; el porqué tengo que trabajar paseando unos gringos horrendos para tener contento a Javier (y a mi familia de paso), si fui educada en unos de los mejores colegios, mi papá es un gran empresario, y ahora está de moda que las mujeres trabajen. ¡Tengo todas las herramientas en la mano!

Llamé a la Lena y a la Alison para comentarles mi idea de trabajar para mí y tener mucho dinero; necesitaba sus opiniones sinceras.

Pero hacía tanto tiempo que no nos juntábamos a ponernos al día, que sólo conversamos. La Alison nos contó que las cosas se estaban enfriando con Gabriel, la Lena con sus aburridas historias de sus hijos, hasta que nos contó que hace unos fines de semana atrás fue a un matrimonio en Viña del Mar, y se quedó en un hotel pequeñito, hotel boutique le llaman. Apenas escuché su descripción (una casa antigua refaccionada, pocas habitaciones pero preciosas), supe que eso tenía que hacer.

Me fui directo a la oficina de mi papá. Aunque está casi retirado, sé que va diariamente a controlar sus negocios, porque "al ojo del amo engorda el ganado", como solía decir.

Estaba con mi mamá, a punto de salir a comprar los regalos navideños. Me miraron extrañados (mi mamá creyó que le iba a contar que estaba embarazada), porque les dije que necesitaba hablar con ambos.

Salí tan contenta de mi primera reunión de negocios. Mi padre me prestará todo el dinero que necesite, mi mamá me comprará los regalos de navidad (hasta el de Javier), así yo sólo me concentro en mi idea genial, y Javier quedó feliz con la idea de pasar la Nochebuena donde mis padres, con la condición que para el Año Nuevo viajemos donde los de él.

Y ya encontré una casa antigua, grande, para mi hotel boutique. La verdad es que la había visto hace unas semanas con el letro de venta, pero como antes ni me interesaba, no le había prestado atención. Queda a tres cuadras del loft, tiene una fachada hermosa, tipo neoclásica, once habitaciones, escaleras separadas para la servidumbre... no puedo pedir más.

lunes, 6 de diciembre de 2010

La mapuchita al ataque.

Fue la señora Inés, la dueña del negocio que vende el pan que le gusta a Javier, la que me advirtió.

Ocurre que Javier tiene una maña respecto al pan: tiene que ser el de la señora Inés. Según él, ha comprado en todo el barrio y es el único que le gusta. Y como ahora ando en plan de agradarlo en todo (el primer paso, según mi madre), alrededor de las seis de la tarde atravieso y le compro sus cuatro marraquetas.

Obvio que al principio no conversaba mucho con la señora ni con los otros vecinos, ni menos con su marido, que se queda hasta como las tres de la mañana a cargo del local, porque también es botillería. No tengo nada en común con esa gente. De educada que soy les doy las buenas tardes.

Pero un día de la semana pasada, de pura aburrida (Javier andaba ensayando y no había ningún circuito que hacer) me puse a conversar con la señora Inés. Me contó que su hija vive en Australia, que tiene sus nietos allá y que hace tiempo no los ve, tonterías de ese tipo. Hasta que me preguntó el porqué yo no acompañaba a Javier los viernes y sábados en la noche, ya que yo tenía auto y así era más cómodo para él. Le expliqué que me daba lata, que llegaba hedionda a cigarro, que prefería dormir. ¿Y sabe usted mijita quien lo trae? En radiotaxi, como siempre, le respondí. No pues, lo viene a dejar esa niña, la Marlene, esa que se le pegaba como lapa. Mi marido los vio. Tenga cuidado.

Me fui para el loft tranquila. La mapuchita no me llega ni a los talones. Más claro echarle agua. Llamé a la Alison para preguntarle su opinión; me retó por estar tan tranquila: yo que tú voy donde la negra fea esa y le digo unas cuantas. La Lena me aconsejó revisar el teléfono de Javier, o los bolsillos del pantalón, por si encontraba alguna boleta sospechosa.

Pero me quedé tranquila. Cuando mis ex maridos me fueron infieles, las cosas eran distintas, yo estaba aburrida de ellos, preocupada del fresco de Juan Antonio. Con Javier llevamos un poco más de un mes viviendo juntos, y aparte de la noche que me fui donde mis papás a dormir, nos llevamos bien.

Todo tranquilo hasta el viernes. Como siempre, Javier tomó sus cosas (vi por la ventana el radiotaxi que lo vino a buscar) y se fue a tocar. A la hora suena el timbre, y como pensé que se le había quedado algo, abrí el portón. Al mismo tiempo sonó mi teléfono. Era Javier: Amor, se me quedaron unas cuerdas, están encima del sofá azul. La Marlene se ofreció ir a buscarlas, debe estar por llegar. ¿Se las pasaría?

Entonces la veo en la puerta del loft, sonriente. Por supuesto que no, le contesté a Javier, ven a buscarlas tú. Y le corté.

- ¿Y las cuerdas? Javier las necesita urgente.
- Ándate de mi casa.
- ¿Tú casa? No me hagas reír.
- Mal te pese, es mi casa desde que vivo con Javier.
- He pasado más tiempo yo acá, y más noches que tú.
- Es verdad, lo raro es que Javier nunca te invitó a vivir con él, como si lo hizo conmigo. ¿Por qué será?
- No cantes victoria, estoy esperando sentada que Javier se aburra de vivir con una mujer como tú.
- Tan buena que eres para las sobras. Búscate un hombre sólo para ti, ten un poco de dignidad. Y ahora ándate.
- Si tenía un hombre sólo para mi, y lo pienso recuperar.
- Me da lo mismo. Quiero que te vayas de mi casa y que me dejes tranquila.
- Vine a buscar las cuerdas. Javier me lo pidió. Así como me pide que lo traiga en la madrugada.
- Ya lo sabía, él mismo me lo contó. Ahora sale de aquí.
- Está bien, me voy. Pero te advierto: Javier será mio nuevamente.

Apenas salió la rota llamé a Javier. El muy patudo me contestó enojado:

- ¿Cómo quieres que yo vaya a buscar las cuerdas? Estoy ensayando, mujer. ¿Se las pasaste a la Marlene?
- Por supuesto que no. No entiendo cómo eres tan descriteriado. ¿Sabes a lo que vino la mapuchita?
- No le digas así. Tiene nombre.
- Me da lo mismo, ¿sabes a lo que vino? A decirme que serás de ella nuevamente. Así de cursi.
- La Marlene y sus cosas, de seguro lo hace para molestarte.
- Claro que lo hace para molestarme. ¿Y cuándo me ibas a contar que te trae en las noches?
- ¿Ella te contó?
- Si pues, casi me morí de espanto.
- Pucha mi niña rica, no te enojes, pero no te quise contar porque sabía que te ibas a molestar. Era un pacto que tenía con la Marlene: ella me llevaba a la casa, pero sin que tú supieras.
- ¿Y cuál es la idea? ¿Ahorrarte la plata del radiotaxi? ¿Acostarte con ella en su asiento trasero?
- No, nada de eso. Si sabes que yo te quiero. Fue por comodidad, y porque ella me rogó un poco.
- Linda la cosa, te chantajea emocionalmente y tú caes. Pero da lo mismo, vamos a poner reglas respecto a la mapuchita.
- ¿Reglas? No entiendo.
- Te lo explico allá. Voy a dejarte personalmente las cuerdas, y te espero.