lunes, 27 de julio de 2009

Lo injusto de la vida.

Francisco no volvió al departamento esa noche, pero me envió muchas rosas rojas con una tarjeta, donde decía que entendía que quería estar sola para pensar, que si quería lo podía ubicar en el hotel donde estaba durmiendo o en el celular. Firmó con un “te amo”.

Por indicación de la Lena volví a contratar al detective, por si realmente Francisco termina la relación con la rota teñida o son sólo palabras. Tuve que pagar más porque me dará un informe cada dos días, durante dos semanas.

Mi peor miedo es que todo el mundo se enterara de la rotería de Francisco, gracias a la Cota García y su envidia hacia mi persona. ¿Tengo yo la culpa de ser tan regia en forma natural y ella sólo gracias a las cirugías? Obvio que las ganas de contarle a todo el mundo debe tener, pero tiene que dar una explicación que quizás no quiera: la rota teñida de rubia trabaja en el mismo banco que el Pollo Cortés, de seguro fueron amantes, por eso él pudo sacarle esas fotos y entregárselas. De lo más rasca la historia, es que Francisco se pasó.

La segunda tarde que pasaba en soledad en el departamento me llamó Juan Antonio. Estaba muy contento porque se había conseguido una cabaña en la nieve por todo el fin de semana; amoroso él se acordó cuanto me gusta esquiar. Entonces aproveché de contarle que estaba libre para siempre.

- No te entiendo.
- Me separé de Francisco. Ya no vive conmigo.
- No te creo.
- En serio, Juan Antonio. Ahora vivo sola.
- ¿Desde cuándo?
- Hace dos días, pero es para siempre.
- ¿Y qué hizo ese pobre hombre para que lo echaras de la casa?
- Nada de pobre hombre. Me engañó con una rota última. Pero no quiero hablar de eso. Ahora me enfoco en el futuro.
- ¿Estás segura que te engañó?
- Juan Antonio, contraté un detective. Vi las fotos, sé donde la rota última vive, trabaja, todo. Pero no quiero hablar más de eso.
- Entonces mayor razón para escaparnos a la nieve. Sobre todo ahora que no tienes que inventar nada.
- ¿Eso es lo único que tienes para decirme?
- Otra vez no te entiendo.
- Te acabo de contar que dentro de poco seré soltera y lo único que me dices es que lo bueno que no tengo que inventar nada?
- ¿Y qué esperas que te diga?
- No sé, que estás feliz, que es una excelente noticia que cambia todo el panorama para el futuro…
- Cambiará tu futuro, pero no el mío.
- ¿Qué quieres decir con eso?
- Que mi vida sigue igual, eso.
- ¿Seguirás con los planes de matrimonio con la china?
- Japonesa y su nombre es Nanako.

No pude seguir escuchando y le corté. Le pedí un vodka a la nany e inmediatamente me puse a llorar. Me invadió la amargura en forma inmediata y no podía creer lo injusto de la vida. ¿Por qué estás cosas me pasan a mí?

lunes, 20 de julio de 2009

Sin tristezas.

Como Francisco se fue al trabajo sin acusar recibo de mis exigencias, llamé a un cerrajero, cambié las chapas de las puertas (llegará hasta el estacionamiento solamente) y con un radio taxi le envié toda su ropa al trabajo (Obvio que la nany le hizo las maletas). Y como jamás he sido depresiva ni he dejado que la tristeza me embargue, puse música entretenida bien fuerte y me puse a ordenar la ropa en el gran clóset que me quedó.

Después me senté en la terraza a reflexionar sobre el curso que tomará mi vida desde ahora en adelante. ¿Llamó a Juan Antonio y le cuento que estoy libre? ¿Le regalo Francisco a la rota teñida de rubia sin dar la pelea? Porque eso sí que me daría vergüenza: que todos supieran la clase de mujer que prefiere. Estaría en boca de todas las viejas gordas envidiosas, y eso ni pensarlo. Me tendría que ir del país por un tiempo bastante prolongado, mínimo.

Decidí llamar a la Lena y escuchar sus consejos. Lo primero que me dijo fue:

- Imaginémonos que te separas de Francisco, te quedas con el departamento, te da más plata, luego Juan Antonio deja a la japonesa y se casa contigo. ¿Ese es el plan?
- No suena mal.
- ¿Estás 100% segura de querer dejar a Francisco?
- Obvio, por algo le envié su ropa y le cambié la chapa a la puerta.
- Me refiero que estás actuando por despecho. Deberías dejar pasar unos días para pensar bien lo que quieres hacer.
- No tengo nada que pensar, Lena. Estoy enojadísima, vieras la rota última por la que me cambió.
- No te cambió por nadie. Te apuesto que es sólo una calentura, nada más. No hay amor, sólo sexo.
- ¿Cómo puedes saberlo?
- Porque si quisiera “cambiarte” por alguien buscaría otro tipo de mujer, no una rubia teñida. A todo esto, ¿cuándo me vas a mostrar las fotos?
- ¿Y para qué quieres verlas?
- Para ver como es la rota. La podemos ir a molestar a su trabajo, porque sabes donde trabaja, ¿o no?
- Sí, en un banco rasca en el centro. Pero no pienso ir, no quiero ni verle la cara.
- Entonces le piensas regalar a Francisco.
- No sé, Lena, la verdad estoy muy confundida.
- Pero tienes a Juan Antonio, el gran amor de tu vida. Te olvidas de Francisco para siempre, y finalmente cierras tu historia con él. ¿Qué te importa si Francisco hasta se casa con la teñida esa?
- Me muero si se casa con ella. No quiero ni pensarlo. Francisco es mi marido.
- ¿Te fijas? Entonces estás con rabia solamente. Déjalo que sufra unos días y los vas perdonando de a poco. Mandarle las maletas me parece un poco exagerado, pero supongo que debe estar harto asustado.
- Lena, ¿qué harías tú en mi lugar?
- Te juro que no sé. Supongo que lloraría, a Sven le pegaría un par de cachetadas y obvio que lo echo de la casa. Pero también me preguntaría que hice yo para que él se fijara en otra.
- No me parece, fíjate. No lo pienso hacer, tampoco. Si se fijó en otra es su problema, no mío.


Estuve toda la tarde en la terraza, pensando cuál es mi parte de la culpa en esta infidelidad. Y llegué a una conclusión: ninguna.

lunes, 13 de julio de 2009

El informe.

Todavía no lo puedo creer. Me he tomado dos pastillas de esas que me dio el siquiatra cuando iba, para dormir y tranquilizarme, pero me siento igual de nerviosa y atontada. La Lena me dijo que no tomara vodka porque no debo mezclar alcohol con los barbitúricos, pero ya voy en el segundo.

La verdad es que no entiendo nada de nada. Me siento como una tonta, para empezar. Pero también tengo mucha rabia, tengo ganas de llorar y de gritar, pero no me sale. Es que es como de rotos desahogarse de esa manera encuentro yo.

Siempre supuse que estaba todo bien, que las cosas eran como eran porque todo el mundo tenía una vida parecida. Y no puedo creer que me equivoqué, no lo quiero creer. ¿Cómo no lo intuí, cómo pude ser tan ciega para no ver esos detalles acusadores?

Por ejemplo, los viajes de negocios. O las idas al centro, que tanto le carga. Y como me llenaba de regalos cada semana, de un día para otro. El anillo de esmeraldas para el encuentro. El uso ilimitado de la tarjeta para comprarme ropa por internet.

Según la Lena si lo enfrento lo negará todo, por eso tengo que mostrarle las fotos también. Pero no quiero pasar por eso, por esa rotería del escándalo, por esa rotería de tener que darle la razón a la rota de la Cota García, por la rotería de saber que todo este tiempo yo dormía con un roto que le gustan las rotas teñidas de rubia, no quiero que nadie sepa, me da vergüenza que este tipo de cosas me ocurran, sobre todo me siento tan sola y desprotegida, tan burlada y engañada, que no sé que haré.

Después de dormir unas horas se me aclaró la mente y me di cuenta que debo enfrentarlo, pero a mi manera digna y sin roterías.

Llegó tardísimo. No lo dejé que me saludara y le entregué una foto en que sale con la rota esa. Casi se muere de la impresión. Obviamente, trató de excusarse. Lo mandé a la mierda (no puedo ocupar otra palabra, la verdad), porque tonta no soy. Le pedí que se fuera de inmediato (total, tiene donde llegar), el departamento a mi nombre y más mesada. Mantuve mi posición todo el rato, porque Francisco lo único que quería era explicarme, pero no lo dejé. Hasta le dije que me iba a obligar a la rotería de llamar a carabineros para que se fuera.

Finalmente, durmió en el living. Por mi parte, me encerré en nuestra habitación, sin dormir prácticamente nada. La rabia no me dejaba. ¿Cómo se le puede ocurrir cambiarme por una rota de pelo teñido, si es tan obvio que soy superior a ella?

lunes, 6 de julio de 2009

Jamás seré su amante, continuación.

Entendí que la conversación se había acabado. Desconocía a este Juan Antonio, irónico y seco. Compadecí también a la china fea por el horroroso futuro al lado de un hombre así, que la engaña justo cuando una está llena de ilusiones por el matrimonio, aunque quizás que tipo de fiesta de matrimonio tendrán esos dos, con sus ideas y religiones raras que tienen.

Por eso me puse de pie y le dije a Juan Antonio:

- Mejor me voy. Esta conversación no va para ninguna parte.
- ¿Para esto querías que nos viéramos?
- La idea era tener una conversación clara y honesta, pero sólo he recibido de ti groserías.
- Mira, si quieres que te diga que pretendo con “todo esto”, como tú lo dices, era estar con una mujer hermosa y que muchas veces extraño.

Lo único que me gustó fue lo de hermosa. El resto de sus palabras las encontré muy ambiguas, porque qué hombre no quiere estar con una mujer regia como yo, obvio que me doy cuenta de las miradas que recibo al caminar en el centro comercial. Y es lógico que me extrañe, cosa de mirar la china fea. Por eso mismo le pregunté por ella:

- Me extrañas y quieres estar conmigo. ¿Y tu novia?
- ¿Qué hay con ella?
- No entiendo cómo puedes estar a punto de casarte si también me extrañas.
- ¿De verdad no entiendes? ¿Estás segura? Quizás sería bueno que hicieras memoria.
- No entiendo a qué te refieres.
- Que a tu primer marido le fuiste infiel conmigo, cuando eran novios aún.
- No es lo mismo, mi situación era muy diferente.
- ¿En serio? Me lo podrías explicar, porque yo sólo recuerdo una niña mimada que lo único con que soñaba era casarse de blanco.
- No tengo porqué explicarte nada; pasó hace bastante tiempo y ahora tengo otro matrimonio, mejor que el anterior.
- Y como es tan buen matrimonio que le eres infiel a ese pobre hombre conmigo.
- Son otras circunstancias. Y me da mucho cargo de conciencia hacerle esto a Francisco, no como mi ex marido, que me daba lo mismo. Es totalmente diferente.
- Lo que pasa es que estás adulta y estás conociendo la vergüenza.
- ¿Y tú que tanto hablas – aquí bajé la voz – si hicimos el amor en tu lecho prenupcial?

Juan Antonio se largó a reír con grandes carcajadas, hasta que le dio ataque de risa y yo tuve que reírme también. Por un momento me pareció que éramos los dos libres, que nos estábamos riendo de un buen chiste como esas parejas entretenidas.

Mientras él se secaba las lágrimas y trataba de no seguir riendo como loco, me llamó el detective para decirme que tenía listo un informe, si quería lo podía ir a buscar a su oficina. Entre tanto pedí la cuenta y caminamos juntos hacia mi jeep y su moto. Juan Antonio me repetía con los ojos llenos de lágrimas que no podía ser tan siútica para expresarme, que cada vez que se acordara se iba a reír de la misma manera.

En la puerta de mi jeep me contó que Nanako tenía que ir a su país por los trámites de matrimonio, que parecen que son bien complicados, y que se iba a ausentar como por un mes. ¿No te tinca que nos escapemos unos días?, me dijo a modo de despedida, llámame para coordinarnos.

Me tiró un beso arriba de su moto y se fue muerto de la risa.