lunes, 2 de febrero de 2009

El Principio de todo, parte II

Nos pusimos a conversar y me contó que estuvo viviendo con la china fea, aprendiendo el “arte milenario” de no sé que cosa. Hacía tres meses que había llegado, y cuando le pregunté que porqué no me buscó, me contestó que había visto la foto de mi matrimonio en las sociales, por internet. Y de nuevo no me va a creer, pero cuando salió publicada la foto, le juro que yo pensé que Juan Antonio, estuviera donde estuviera, la iba a ver.

Por supuesto no falté más a clases. Y durante dos semanas estuve pendiente de encontrarme con él a cada rato. Y andaba más caliente, si hasta el bueno de mi marido estaba sorprendido. ¿Es malo acostarse con alguien si una está pensando en otro? Yo creo que no, mientras el otro no lo sepa.

También me puse a dieta y me compré ropa como las viejas que iban al curso de bonsái: poleras y pantalones de algodón o de lino, anchas, onda etérea, porque si algo tiene Juan Antonio es que se fija harto en esos detalles.

A la tercera semana me invitó a almorzar a su departamento. Yo ya lo conocía, pero llegó tan cambiado de su viaje a China o Japón, que había que entrar sin zapatos y era como bien minimalista el ambiente. Me dijo que ahora era budista y tenía en algunos lugares de su departamento unos cilindros bien raros que cada vez que uno pasa hay que darlos vuelta en el sentido del reloj y así a una le va bien o algo parecido. Yo lo hice igual y ponía hasta cara de seria.

El almuerzo fue un plato vegetariano bien sabroso, y tomamos jugo de piña. Nada de ron o pisco sour como antes. Tampoco música estridente. Todo era como chino. Tuve que fingir que estaba muy interesada en su onda, poner cara de sí que bueno cuando me contaba sus historias con la china, hasta me mostró fotos, y harto feita que era. Incluso, cuando vi la foto y entre risa le dije qué como se había fijado en alguien tan fea (él que es tan preocupado por la parte estética), se puso serio y me dijo que ahora le importaba lo de adentro, que ya no estaba para perder tiempo como antes.

Seguí yendo a clases de bonsái, una fomedad, y haciéndome la profunda y mística cuando nos veíamos. Tampoco lo busqué tanto. Mire, los hombres son más fáciles que la tabla del uno: basta que una no quiera para que ellos se calienten.

Y el destino de nuevo, fíjese. Mi marido me anuncia que tiene que irse por dos semanas a Estados Unidos a un training, y Juan Antonio me invita a un resort medio místico en Algarrobo. Claro que me costó convencer a Francisco que no quería ir, porque sabe que viajar me encanta, pero con la mentira que allá está todo nevado y que acá hay solcito, se quedó tranquilo. Por suerte se le olvidó que me encanta esquiar, si no, me hubiese resultado más difícil aun.

Partimos en mi jeep, porque Juan Antonio le da con usar moto. Ni loca me subo. Y además era un pretexto para andar siempre juntos.

El lugar era bien bonito, las cabañitas están construidas con vista al mar, y había un lugar como en un acantilado donde se iban a “meditar”. Una vez fui, pero no le encontré sentido. Es que sabe, tenía que ir, porque había un programa con un horario súper estricto, que todos seguían con la cara llena de risa. Y lo peor es que las cabañas estaban separadas por sexo, y si le suma que Juan Antonio andaba como monje, peor todavía. Nos levantábamos temprano, tomábamos desayuno, escuche bien, al AMANECER, dando gracias a no se quien chucha, perdón por el exabrupto pero le juro que no le encuentro ni pies ni cabeza a esa tontera china o budista. Después hacíamos ejercicios de meditación o talleres de yoga y cosas así (Y el día hermoso, con un sol resplandeciente, como para ir a echarse en la playa). Al tercer día mentí, dije que se me habían quedado unos remedios importantes en mi casa, y partí para Reñaca. No le avisé a Juan Antonio, si al tonto lo veía rezando nomás (¿se le dirá rezo a eso que ellos hacen?) y me escapé. Comí rico, vitrinié -hasta me compré unas pilchas-, fui al cine, y tipo 5 de la tarde me aparecí. Saludé con cara de santa, dije que tenía un dolor de cabeza insoportable y me fui a dormir. Es que me había tomado varias copas de champaña, que me encanta para acompañar las ostras.

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