lunes, 20 de junio de 2011

Sin pan ni pedazo, primera parte.

Estas dos semanas he estado ocupadísima: llena de reuniones para dar a conocer mi hostel; buscando diseñador para crear la página web (está lista la maqueta); comprando las pinturas para cada habitación; y discutiendo mucho con Mariano por la fachada del hostel.

Finalmente le puse nombre: Reconquista. Cuando le conté a Mariano, me preguntó con una mueca de molestia en la boca (tan típico de él cuando algo le carga): ¿La Reconquista, El Reconquista, The Reconquista? Le tuve que explicar cómo treinta veces que es Reconquista a secas, y que si no lo encuentra atractivo comercialmente es su opinión, porque así se llama mi hostel y yo soy la dueña y punto.

Y en eso me pilló Javier el jueves de la semana pasada, haciendo mil cosas. Cuando lo vi en la puerta de mi loft/oficina casi me morí. Le tengo estrictamente prohibido que llegue sin avisar, una porque me carga que me molesten cuando trabajo, y dos porque no quiero que se encuentre con Juan Antonio.

Digamos que no le puse mi mejor cara cuando lo vi, asomándose.

- Hola, disculpa que haya venido sin avisarte, pero necesito que hablemos.

- Estoy súper ocupada, Javier.

- Lo sé. De hecho, hace días que no te veo.

- Tengo mucho trabajo; falta poco para inaugurar el hostel.

- Te juro que te quitaré poco tiempo.

Guardé la planilla excel, lo hice pasar, cerré la puerta, le pasé una silla.

- Te escucho. Espero que sea algo importante porque te juro que mi tiempo vale oro.

- La verdad que toda la situación nuestra me tiene confundido. Primero, te fuiste por mi infidelidad. ¡Pero hemos tenido el mejor sexo que cuando vivíamos juntos! Por eso te pedí matrimonio; pensaba que me habías perdonado. Ahora estás cada día más lejana, no me cuentas nada del hostel, ni te puedo visitar en tu apart hotel, y si vengo para acá tengo que avisarte. Tenía hasta cargo de conciencia por lo de la Marlén, pero ahora entiendo todo. Por eso creo que tenemos que dejar de vernos. O dejar de acostarnos. O lo que sea que tenemos juntos.

- No entiendo, Javier. ¿Volviste a las garras de la mapuchita?

- Me carga que le digas así. Y no, no he vuelto con ella. Lo que pasa es que tengo ganas de tener una relación seria, incluso de tener un hijo. Ya no estoy para estos trotes.

- Siempre supiste que no quiero tener hijos.

- Da lo mismo ahora. En fin, no creas que estoy celoso o algo parecido, pero supe de tu historia con tu amor ese eterno que tienes, y la verdad es que no quiero ser parte de un trío.

- ¿De qué me estás hablando?

- Conoces a la Marlén. Supongo que te siguió o algo por el estilo, y vino a contarme que pasas bastante tiempo con ese tipo, ese que tiene un instituto de Aikido. ¡No pongas esa cara! Sé que no tengo nada que decirte.

- ¡Por supuesto que no! Si cada vez que recuerdo que fui como una tonta a dejarte tu regalo de cumpleaños ya te estabas acostando con la mapuchita, me da una impotencia y me siento tan tonta.

- Lo sé, fue mi culpa perderte. De todas maneras, me gustaría seguir siendo tu amigo. Mal que mal seremos vecinos.

- Gracias, Javier. De verdad prefiero que seamos vecinos que cualquier otra cosa tan enredada, sobre todo con la mapuchita esa rondándote.

- Sobre la Marlén, no tengo idea cómo tomará este tipo la información que ella le llevará.

- ¿Qué información?

- Chuta, para hacer el cuento corto, cuando la Marlén me contó que tú andabas con este tipo y que a pesar de eso yo no volveré a tener nada con ella, comenzó a despotricar contra ti, que eras la culpable, que se iba a vengar, que le iba a contar que cuando él estaba trabajando tú te venías a mi loft…

- ¿Y cuándo fue todo eso?

- Antes de ayer.

Llamé como loca a Juan Antonio, frente a Javier. Lo único que pensaba era en matar a la mapuchita. No me contestó, claro que cuando vi el reloj me acordé que estaba en clases.

- Quizás la Marlén todavía no ha hablado con él. ¿Cuándo fue la última vez que lo viste?

- Antes de ayer.

- Suerte con eso.

- ¿Hoy día vez a la mapuchita?

- No, pero mañana va al club, como siempre.

Me despedí de Javier y lo único que pensaba era qué le podía decir a Juan Antonio si esta rota llegaba a contarle algo. No tenía pruebas, ni fotos, nada. Lo peor es que no pude trabajar hasta que Juan Antonio me devolvió el llamado.

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