Fue la señora Inés, la dueña del negocio que vende el pan que le gusta a Javier, la que me advirtió.
Ocurre que Javier tiene una maña respecto al pan: tiene que ser el de la señora Inés. Según él, ha comprado en todo el barrio y es el único que le gusta. Y como ahora ando en plan de agradarlo en todo (el primer paso, según mi madre), alrededor de las seis de la tarde atravieso y le compro sus cuatro marraquetas.
Obvio que al principio no conversaba mucho con la señora ni con los otros vecinos, ni menos con su marido, que se queda hasta como las tres de la mañana a cargo del local, porque también es botillería. No tengo nada en común con esa gente. De educada que soy les doy las buenas tardes.
Pero un día de la semana pasada, de pura aburrida (Javier andaba ensayando y no había ningún circuito que hacer) me puse a conversar con la señora Inés. Me contó que su hija vive en Australia, que tiene sus nietos allá y que hace tiempo no los ve, tonterías de ese tipo. Hasta que me preguntó el porqué yo no acompañaba a Javier los viernes y sábados en la noche, ya que yo tenía auto y así era más cómodo para él. Le expliqué que me daba lata, que llegaba hedionda a cigarro, que prefería dormir. ¿Y sabe usted mijita quien lo trae? En radiotaxi, como siempre, le respondí. No pues, lo viene a dejar esa niña, la Marlene, esa que se le pegaba como lapa. Mi marido los vio. Tenga cuidado.
Me fui para el loft tranquila. La mapuchita no me llega ni a los talones. Más claro echarle agua. Llamé a la Alison para preguntarle su opinión; me retó por estar tan tranquila: yo que tú voy donde la negra fea esa y le digo unas cuantas. La Lena me aconsejó revisar el teléfono de Javier, o los bolsillos del pantalón, por si encontraba alguna boleta sospechosa.
Pero me quedé tranquila. Cuando mis ex maridos me fueron infieles, las cosas eran distintas, yo estaba aburrida de ellos, preocupada del fresco de Juan Antonio. Con Javier llevamos un poco más de un mes viviendo juntos, y aparte de la noche que me fui donde mis papás a dormir, nos llevamos bien.
Todo tranquilo hasta el viernes. Como siempre, Javier tomó sus cosas (vi por la ventana el radiotaxi que lo vino a buscar) y se fue a tocar. A la hora suena el timbre, y como pensé que se le había quedado algo, abrí el portón. Al mismo tiempo sonó mi teléfono. Era Javier: Amor, se me quedaron unas cuerdas, están encima del sofá azul. La Marlene se ofreció ir a buscarlas, debe estar por llegar. ¿Se las pasaría?
Entonces la veo en la puerta del loft, sonriente. Por supuesto que no, le contesté a Javier, ven a buscarlas tú. Y le corté.
- ¿Y las cuerdas? Javier las necesita urgente.
- Ándate de mi casa.
- ¿Tú casa? No me hagas reír.
- Mal te pese, es mi casa desde que vivo con Javier.
- He pasado más tiempo yo acá, y más noches que tú.
- Es verdad, lo raro es que Javier nunca te invitó a vivir con él, como si lo hizo conmigo. ¿Por qué será?
- No cantes victoria, estoy esperando sentada que Javier se aburra de vivir con una mujer como tú.
- Tan buena que eres para las sobras. Búscate un hombre sólo para ti, ten un poco de dignidad. Y ahora ándate.
- Si tenía un hombre sólo para mi, y lo pienso recuperar.
- Me da lo mismo. Quiero que te vayas de mi casa y que me dejes tranquila.
- Vine a buscar las cuerdas. Javier me lo pidió. Así como me pide que lo traiga en la madrugada.
- Ya lo sabía, él mismo me lo contó. Ahora sale de aquí.
- Está bien, me voy. Pero te advierto: Javier será mio nuevamente.
Apenas salió la rota llamé a Javier. El muy patudo me contestó enojado:
- ¿Cómo quieres que yo vaya a buscar las cuerdas? Estoy ensayando, mujer. ¿Se las pasaste a la Marlene?
- Por supuesto que no. No entiendo cómo eres tan descriteriado. ¿Sabes a lo que vino la mapuchita?
- No le digas así. Tiene nombre.
- Me da lo mismo, ¿sabes a lo que vino? A decirme que serás de ella nuevamente. Así de cursi.
- La Marlene y sus cosas, de seguro lo hace para molestarte.
- Claro que lo hace para molestarme. ¿Y cuándo me ibas a contar que te trae en las noches?
- ¿Ella te contó?
- Si pues, casi me morí de espanto.
- Pucha mi niña rica, no te enojes, pero no te quise contar porque sabía que te ibas a molestar. Era un pacto que tenía con la Marlene: ella me llevaba a la casa, pero sin que tú supieras.
- ¿Y cuál es la idea? ¿Ahorrarte la plata del radiotaxi? ¿Acostarte con ella en su asiento trasero?
- No, nada de eso. Si sabes que yo te quiero. Fue por comodidad, y porque ella me rogó un poco.
- Linda la cosa, te chantajea emocionalmente y tú caes. Pero da lo mismo, vamos a poner reglas respecto a la mapuchita.
- ¿Reglas? No entiendo.
- Te lo explico allá. Voy a dejarte personalmente las cuerdas, y te espero.
5 comentarios:
Uta la cuestión sale de una y se mete a otra jajaj aaaaaaaaahhh!!
Ese Javier... Mish!! callaito se la tenía.
Y se encolerizó la yegua!!!
jajajaja
me encantó esta historia, llevo un par de días leyéndola y es pa cagarse de la risa. Felicidades Claudia.
necesito saber que pasa!!!!!! me tienes en ascuas!!! agggg
wuajajajajajaja...
estube leyendo varias capitulos y la cosa se está poniendo realista... será que la mina tiene redención y final feliz habemus?
Publicar un comentario